lunes, 3 de septiembre de 2012

La educación prohibida

Opinión 
La educación prohibida

Foto: La educación prohibida - libre circulación 
Por Mercedes Coronel
 
Cuando era niña recuerdo estar en el salón del colegio primario, repitiendo las tablas matemáticas de memoria, insistiendo hasta que la lección finalmente se introduzca. Luego de una hora de contenidos tragados y verdades absolutas aprobadas, un timbre sonaba para avisarme que podía salir al patio, pero sólo por 15 cronometrados minutos.

Para entrar al salón ya sabía que antes debía formar una fila, siempre del más alto al más bajo. Y sobre todo, quedarme bien quieta, sin las manos en los bolsillos del guardapolvo, para no faltarle el respeto a la bandera mientras entonaba un himno que sabía de memoria pero que mucho tiempo después logre entender lo que significaba. Hasta recuerdo haberme salido del margen de la hoja durante algún dictado, motivo por el cuál fui digna de agravios y humillación ante mi clase cuando la maestra vio semejante "mamarracho".

La escuela laica, gratuita y obligatoria, que nació en su discurso como un espacio transformador y democrático, pareciera ser un sistema disciplinante y opresor de toda conexión natural que el hombre posee con el medio que lo rodea, desgastando de a poco esa entereza de explorar y descubrir con el que cada niño nace, a cambio de filas de mayor a menor, tablas de memoria y conceptos de supremacía absoluta.

Maria Montessori, Paulo Freire y las hermanas Cossettini, son algunos de los tantos pensadores que dedicaron su vida a promover lo frustrado que resulta el sistema educativo moderno y han dejado como legado extensas teorías pedagógicas, convencidos de que la tarea de enseñar necesita de una profunda mutación.

Olga Cossettini decía: "El niño dibuja, pinta, escribe, canta y juega para expresar su alma, y necesita la libre expresión de su alma para que pueda crecer su ser y encaminarse hacia el equilibrio y la madurez del hombre”, para luego afimar que "en ese aprendizaje espontáneo, natural, el niño busca, siente, observa, reflexiona y, sin saberlo estudia”.

El 13 de agosto, "La educación prohibida" tuvo su estreno mundial en la web y en salas independientes. Hasta el momento ha sido vista por más de dos millones de personas de todo el mundo. Su divulgación ha despertado la inquietud en todos los ángulos. Durante casi dos horas y media, German Doin Campos, el director documentalista de 24 años, pretende cuestionar el modelo educativo predominante, que nació para responder a las exigencias de la sociedad moderna concentrada en la producción a gran escala, generando así, a niños de personalidad sumisa y en serie. Es decir, los hijos que el sistema necesita.

De este modo, si bien las apreciaciones de quienes participan en las entrevistas son válidas y lúcidas, la película envuelve al espectador en una esfera donde entra el dramatismo insistente al mostrar a la educación bajo la forma militarista y dogmática, utilizando recursos similares a los vistos en "The wall", inclusive apelando a "La alegoría de las cavernas".

Por otro lado, es altamente ruidoso el contraste que generan con el mundo y la educación que conocemos al plantear otras formas que tienen como base "el amor" y el conocimiento a partir de la enseñanza inductiva y empírica en el propio niño, que estudia sin saberlo al explorar, como decía Cossettini.

Un gran acierto del director fue plantear a la película como un proyecto que no tiene fin, sino como un aporte que se formó con el trabajo de muchas personas pero que puede y debe ser sumado a otros, para así construir una cadena de reflexiones y proposiciones.

La educación prohibida no pretende ser una película ilusoria, tan sólo es un granito de arena más para comenzar a pensar en la nueva escuela que necesita el siglo XXI, donde el niño no sea sometido a una dosis diaria de conocimientos que se fragmenten en áreas, donde la mediocridad y el éxito no se midan en números. Y sobre todo, una escuela donde no se desconozca el factor humano y psicológico del alumno y del maestro.




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