Una apuesta a la producción audiovisual rosarina
Una
mirada desde el anonimato en la ciudad donde el arte se respira a
cada paso
Por
Mercedes Coronel
Contemplo a diario, mientras mi bicicleta me lleva, el espectáculo nostálgico, trasnochado y admirable que las calles de Rosario me regalan. Esquinas parisinas, galerías donde vagan añejas cafeterías del olvido y el desamor, balcones que marcan el paso de los años cultivando humedad y tiempos que se han ido, rincones indescifrables.
Las doce del mediodía. Dos jóvenes violinistas interpretan Bach en la esquina de Corrientes y Córdoba. Al mismo tiempo, pero a cinco cuadras, un artista plástico dibuja con aerosol sobre un disco de vinilo la fachada de la antigua Aduana. Tres pasos más allá un señor de oficina toma un cortado mientras observa las agujas de su muñeca que lo apuran. Se quema por no esperar enfriar un poco el café, come la medialuna de dos mordiscones, se levanta, y se va. Los violinistas siguen tocando, y al cuadro le falta mucho por terminar.
El semáforo es corto, pero basta para que tres malabaristas salten con destreza decorando la cotidianeidad, aliviando el adormecimiento colectivo. Veinte autos, dos motos y una bicicleta, pero sólo tres personas les prestaron atención. Cincuenta centavos se llevan los malabaristas al bolsillo. Por la noche, el teatro El Círculo está repleto de personas que van a escuchar obras clásicas, interpretadas por músicos que arribaron de Buenos Aires. El cine está a sala llena, estrenando en tres dimensiones una película norteamericana. El cuadro sobre el vinilo ya está terminado y los acróbatas del semáforo ofrecen una función a la gorra en el teatrillo de calle Entre Ríos, para treinta personas.
En esta ciudad, hasta los grandes edificios gritan arte en sus paredes, los cuadros de Berni y Gambartes no se contentan con estar en los museos. Observar para arriba, girar en las esquinas, parar en los semáforos, caminar. Sólo eso basta, si se sabe hacia dónde mirar, para encontrar al hombre y su deseo innato de expresar y crear. "Rosario es el arte y su condena, porque sabe que la indiferencia la va a perseguir", dijo Lalo de los Santos, aquel músico que tristemente debió partir a la ciudad de las posibilidades, donde le cantó a Rosario en los balcones de Floresta. Desazonado y afligido, por sus manos que se hartaron de golpear las puertas, y por no derrumbarse con ellas, se tuvo que ir. Donde el arte se respira por los poros, donde la creación es una característica indiscutible, existe una paradoja más que curiosa; la desestimación de lo propio. La necesidad de consumir exportados productos aprobados previamente con el sello de la capital del país.
Pese a estos preconceptos instalados, todavía quedan quienes deciden enfrentar los prejuicios y las limitaciones, que sólo existen en el imaginario colectivo. Héctor Molina y Francisco Pavanetto, son dos cineastas locales que fueron premiados en los Concursos Federales de Contenidos Audiovisuales Digitales del Incaa. Junto a estudiantes y actores rosarinos, se encuentran filmando producciones en los distintos escenarios de la ciudad. La televisación se realizará a través de Canal Encuentro y la Televisión Pública.
"El hechicero" es el nombre de la aventura donde Héctor Molina será el director. La historia es la de tres jóvenes que emprenderán un viaje en velero por el Río Paraná. Durante el recorrido, ocurrirán enigmáticos sucesos que tendrán que descifrar. Por otra parte, Francisco Pavanetto se encargará de dirigir una miniserie. "Otros mundos" se llamará la producción que intentará reflejar las fantasías infinitas que poseen los niños. En total se realizarán ocho capítulos de media hora de duración.
Claro está que para algunos todavía existe la creencia y la ilusión de que la ciudad tiene trabajo propio por explotar, que la creatividad es el condimento que abunda y que el sueño de Lalo de Los Santos, ya no está tan lejos. Y quizás, Rosario ya no será el arte y su condena, porque los malabaristas y violinistas no tendrán que partir a tocar nuevas puertas.
"Rosario
es el arte y su condena
Cuando
sabe que la indiferencia lo va a perseguir
Y como tantas mis
manos se hartaron de golpear las puertas
Y por no derrumbarme
con ellas me tuve que ir".
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