martes, 22 de mayo de 2012

Entrevista a Angélica Gorodischer: feminista y revolucionaria
El fuego interior
La autora es reconocida mundialmente y algunas de sus obras han sido traducidas a varios idiomas. Habló con Bendito Lunes sobre su infancia, la familia y la importancia de la lectura voraz como escalón obligatorio para convertirse en un buen escritor.


Por Nadia Bonora

La cita era a las 17 en el domicilio ubicado en San Martín al 4800. No era una zona conocida así que salí rápido del trabajo y tomé un taxi a las 16.45. El tráfico en el microcentro era imposible y los autos salían de todos los laterales. Un enorme camión de carga en medio de calle Paraguay, retrasaba aún más la llegada a destino.

Casi media hora después, a las 17.15, arribaba a la casa de familia. La lluvia había dejado charcos profusos por doquier. Muchas de las hojas de los árboles yacían amontonadas y amarillentas en el piso y por encima de los autos. Estaba fresco pero agradable. Toqué timbre. La voz de Sujer se oyó en el portero y al minuto estaba en la puerta de rejas para abrir.

Saludó muy simpático, un hombre de cabellos blancos con movimientos tranquilos pero animados. “¡Vení, pasá!”, dijo, y lo seguí sin perder más tiempo. Por un pasillo angosto al costado de la casa, llegamos a un patio de tamaño generoso con pasto verde brillante gracias a la lluvia. El jardín tenía aspecto de estar muy bien cuidado.


“Allá en el fondo te espera”, dijo, y avancé por el caminito de piedras un poco resbalosas. Dentro de lo que parecía un pequeño estudio, y a través de la puerta con mosquitero, pude observar al grupo de mujeres, cinco en total. Aquella que abrió la puerta era, por supuesto, Angélica Gorodischer. “Querida, te esperaba más temprano, ya estoy dando clases”, dijo señalando a sus amigas. Me disculpé de mil maneras y le recordé que habíamos quedado a las 17: “¡Ah! Pero son las 17.15… Pasá, pasá, tomá asiento”. Y, de manera improvisada, me invitó a participar de uno de sus “Grupos de Reflexión sobre Escritura”. El lugar era pequeño pero lleno de historia. Una biblioteca abarrotada de cientos de libros. Cuadros colgados con fotografías, recuerdos y una mesa extra de trabajo.


Los nervios galopantes fruto de la interrupción de esa reunión, de la que no tenía conocimiento, hicieron que se me cayera la silla donde iba a ubicarme y, como yapa, el paraguas que llevaba en la mano. “¡Querida, estás tumbando todo!”, exclamó riéndose y las demás también lo hicieron. Me senté como una estatua en la diminuta silla de madera y mientras Angélica me servía una taza de café, continuó exponiendo sus ideas sobre la literatura como si nada hubiese pasado.

Eran mujeres de diferentes edades, sentadas muy cerca la una de la otra alrededor de la mesita redonda, compartiendo un momento intimista. Único. Cada una tenía un libro, diarios y apuntes escritos a manos, cuentos, poemas y muchas ganas de hablar.

“Hace unos años participé de un jurado y premiamos a una mujer que escribió un cuento maravilloso. El marido, que la había acompañado, estaba ¡enojadísimo! Pero ¡e-no-ja-dí-si-mo! Tenía una cara de culo que yo no podía creer, y todo porque su mujer había ganado un premio y el no”, contó la premiada autora indignada por el recuerdo.

A las 18 el grupo de reflexión partió y quedó Angélica, con su pelo rojo furioso y cortísimo. Esta mujer enérgica y peculiar nació en Buenos Aires el 28 de julio de 1928. Su padre consiguió un mejor trabajo en Rosario así que trajo a toda la familia a la ciudad de la bandera. La escritora es considerada una de las tres voces femeninas más importantes dentro de la ciencia ficción Hispanoamericana junto con la española Elia Barceló y la cubana Daína Chaviano.

-¿Cómo fue su infancia?
Mi infancia en Buenos Aires fue muy corta. Cuando tenía siete años mi familia vino para acá; nací en Buenos Aires de casualidad porque la familia de mi mamá era de Rosario. La de mi padre, del sur. Mi papá era hombre de campo, no un estanciero, ¿eh?, arriaba ganado (risas). Hacía unos asados espectaculares. En esa casa donde vivimos en Buenos Aires había muchos libros, y los libros se respetaban. Lo único que hacía todo el día era leer y no salía a jugar con chicos.

-¿Fue muy sobreprotegida?
¡Ahhh! ¡Ahhhh! ¡Horror! Mi familia no me dejaba tener amigos si ellos no conocían a la familia primero. 

-¿Su madre era escritora?
Sí, escribía poemas. A mí no me gustaban, y a ella no le gustaba lo que yo escribía. A los cinco años comencé a leer y a los siete decidí que quería ser escritora. Leía todo lo que podía, textos que entendía y otros de los que no entendía nada, ¡cualquier cosa! Yo no sabía lo que era ser una escritora, soñaba con que me iba a sentar en un lugar con vista al parque y que mirando a las mariposas y a las flores me iba a inspirar. Lo que en ese momento no sabía es que la “inspiración no existe” y lo que sí existe es el laburo, laburo y más laburo. No hay otra.



-¿Cómo fue combinar el matrimonio, la maternidad y la escritura?
Para las mujeres es duro. En mi caso con un marido, el hogar, mis tres hijos chiquitos y un trabajo fuera de mi casa, bueno, ¡yo escribía a las tres de la mañana, querida! Así escribí siete libros. A las tres me despertaba, sacaba la máquina de escribir y empezaba.

A los 20 se casó con su marido, Sujer Gorodischer, un arquitecto urbanista, y nunca más se separaron. En aquel momento comenzó a trabajar en una editorial médica como bibliotecaria. “No me gustaba, pero tenía que hacerlo porque no teníamos guita. Mi sueldo era miserable, pero servía. En esa etapa escribí los siete libros y a partir de los 30 empecé a publicarlos. Una debe pasar por diferentes momentos: primero hay que ir al colegio, después tener novio y por supuesto, pelearse con los padres. Son ciclos de la vida. Como digo, siguiendo a Bernard Shaw, 'y a los siete años tuve que suspender mi educación para ir a la escuela'”, explicó con una sonrisa.



        Fuente: Red de Mujeres Latinoamericanas y del Caribe en Gestión de Organizaciones



Diría que la única diferencia consiste en las diferencias sociales de los continentes. Las europeas y las norteamericanas que comenzaron con el movimiento feminista provenían de las clases iluminadas, eran profesionales. En Latinoamérica, vino por parte de mujeres de clase alta como María Luisa Bemberg. Trajeron ese movimiento desde afuera. En otros países latinos hubo movimientos iniciados por las mujeres de algunos pueblos originarios y algunas pertenecientes a la clase media. Bertrand ¬Russell, que si bien no era feminista sino más bien todo lo contrario, afirmó que la gran revolución del siglo XX fue la de las mujeres. Era un hombre inteligente y se dio cuenta de lo que pasaba. Y además dijo otra cosa muy importante: “Es una revolución sin sangre, sin muertos, sin cárceles y sin guetos”.

-¿Por qué eligió el apellido de su marido y no Arcal?
¡Porque es mucho más lindo que el mío, querida! Y además me siento más identificada con la tradición familiar de “Goro” que con la mía. En mi familia está todo muy mezclado. Como la mayoría de este país, yo tengo al abuelo inmigrante que vino de las montañas de Aragón.

-Usted dijo que tuvo a mujeres muy fuertes en su familia, ¿cómo fue criarse en ese ambiente?
Algo maravilloso y al mismo tiempo duro, porque eran unas minas muy hijas de putas y al mismo tiempo estructuradas, eran de alta clase. Yo tengo dos familias, la de mi papá y la de mi mamá. Mis abuelos paternos vinieron de Aragón con su valijita de cartón y nada más. En cambio, la de mi mamá era una familia aristocrática, franceses casados con criollas, pero criollas de mucha guita. Así que tengo una mezcla grande. A mí me encanta, y lo acepto, pero bueno, yo que venía de esa mezcolanza, católica por todos los costados y les dije “me caso con un judío pobre y desconocido”. Las viejas se querían morir todas pero se la tuvieron que aguantar.

Si bien sabía que estaba desafiando los designios familiares, Angélica se mantuvo fiel a sus creencias y deseos: “¡Pero claro! A mí me importaba tres carajos, yo lo que quería era casarme con ese hombre y chau. Pero con el tiempo las tías y mis padres cayeron enamorados de mi marido. Mi papá murió de la mano de “Goro”. Y además, le enseñó a hacer los asados (risas)”.

-¿Es metódica para escribir?
Sí, yo marco tarjeta. Me las arreglo porque mis días son muy ajetreados, pero siempre encuentro un lugar para eso.


-¿Qué mensaje le da a los nuevos escritores?
¡Que lean! Lo único que hay que hacer es leer, quemarse las pestañas si es necesario. Porque los escritores nacen de los lectores. Si no lees hasta que no das más, no vas a saber hacerlo nunca. Para escribir siempre he usado el lenguaje vulgar, el lunfardo, el de todos los días, el de la calle. No puedo ser pomposa, subirme a la loma y mirar desde arriba. No va.

Sus logros

En 1964 ganó un concurso en la revista Vea y Lea con el cuento policíaco “En verano, a la siesta y con Martina”. Luego llegaron las novelas Opus dos (1966); la multipremiada Kalpa Imperial (1984); Floreros de alabastro, alfombras de bokhara (1985); Jugo de Mango (1988); Fábula de la virgen y el bombero (1993); Prodigios (1994); La noche del inocente (1996); Doquier (2002); Tumba de jaguares (2005); Tres colores (2008) y Tirabuzón (2011). Además escribió ensayos, cuentos y relatos.

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